lunes, 17 de mayo de 2010

EL MITO DE LA SUPERACIÓN; ANESTESIA DEL YO...

Es sabido, me consta, que el ser humano debe luchar por preservar su propio devenir, su propia existencia. Existencia basada en la constante progresión superando los obstáculos que se le pongan en el camino. Sin embargo, esa progresión, ese camino que recorre, no muestra siempre su faz recta. Se dan casos que ese progreso se ve jalonado de unos desvíos que, en ocasiones, son deliberados y en otras, son involuntarios, ajenos al devenir propio.

Hoy estamos viviendo un momento en el que le desvío que hemos tomado es deliberado, pesadamente deliberado.

En el afán de conseguir liberarnos de nuestras propias limitaciones o ataduras se van produciendo lo que popularmente se vienen a denomina "los derechos de tercera generación".

Estos pretenden ser una especie de ampliación de los ya existentes desde tiempos inmemoriales. Son, por así decirlo, un sucedáneo de los auténticos que se hallan limitados por los propios deberes u obligaciones que toda persona ha de conocer y que lo marcan los derechos del prójimo como sustrato infranqueable denominador del propio contenido estatutario de los mismos.

Vienen, estos derechos de tercera generación, de la mano de una estudiada puesta en marcha partidista que lo que mayormente pretende es el voto cautivo de determinados sectores o segmentos de la población que ejerce el derecho al voto.

Es frecuente confundir los derechos con otras posibilidades abiertas que en la vida se nos manifiestan, por ejemplo; situaciones extremas que condicionan el planteamiento de la esencia de la vida del ser humano.

Cada vez se aprecia en mayor medida la carencia de la sociedad actual de una sensibilidad que adapte lo moralmente correcto a lo que individualmente se puede considerar una elección singular como la elección de un pantalón de un color u otro. La banalización y una ataraxia crónica nos llevará, sin duda, a un vacío progresivo que habrá de volverse la vida del propio ser humano; en un objeto fácilmente moldeable y sometido a los preceptos volitivos y transitorios sobre los que nos asentaremos.

La técnica arquitectónica que empleamos presenta un fallo estructural -en sí misma, por sí misma- que debilita el conjunto del edificio en el que asentamos nuestra existencia, corta existencia. Quizá basada en un nihilismo, basado a su vez en la negación de una oportunidad póstuma y en relativizar las consecuencias de asumir estos principios como tal y de forma existencial -inspiradores- nos esté dando una falsa impresión de grandeza innata de megalomanía, de eternidad.

Conviene no despojarse del último reducto que es la humanidad; el prójimo, el otro. El otro ha de ser como yo mismo para mí. No lo olviden...


Joseph Scënczë